Quiero aprovechar esta entrada en mi blog para discutir un tema con el que la industria plástica en América Latina se tendrá que ver enfrentada cada vez con más frecuencia: la producción con eficiencia y calidad, generada no tanto por las máquinas de última tecnología como por trabajadores bien “equipados”.
Tanto las exigencias de los clientes, como el acceso a nuevos mercados, exigen que la productividad y la calidad se eleven. Esta mejora en la productividad depende en gran medida de que la gente detrás del aparato productivo le dé el impulso necesario. Sin embargo, hay un sinnúmero de factores en el negocio del día a día que impiden “sacar la cabeza” y mirar lo que en inglés llaman la “big picture”, para identificar cuáles son las palancas que se deben activar, qué procesos cambiar, cómo hacer para elevar los estándares de calidad actuales.
Hay algunas alternativas, desde mi punto de vista, que pueden ayudar a mejorar la competitividad en una empresa, y todas se pueden resumir en una palabra: orden. Cada vez que voy a una empresa me sorprendo porque las máquinas tienen un control estricto de la producción – de las tapas por hora, de los ciclos de no conformidades producidas -, pero para los ingenieros, diseñadores, y en general para el recurso humano más costoso dentro de la empresa en general no existe ninguna hoja de registro: no se sabe cómo gastaron su tiempo, cuáles de sus labores fueron más productivas, cuáles de sus decisiones tuvieron mayor impacto. En general, veo que hay gente que trabaja mucho más de 50 horas semanales, y sin embargo, no logra generar un cambio significativo, ni jamás encuentra tiempo para capacitarse o para innovar.
Es fácil ser ineficientes, tener mil tareas acechándonos, pero si no se prioriza no se progresa. Una forma de mejorar puede ser reducir estrictamente las horas disponibles para el trabajo “día a día”, y abrir un espacio sagrado para innovar, aprender, repensar. Desde mi experiencia en un país que valora mucho más el bienestar del empleado que nuestros paises latinoamericanos, si un empleado sabe que tiene una jornada laboral más reducida (seis o siete horas diarias) puede llegar a producir mucho más, pues tiene menos tolerancia a la pérdida de tiempo.
Sé, también por experiencia propia, que puede resultar utópico y frustrante tratar de cambiar la forma de ser de los seres humanos (lo digo por todas las veces que trato de cambiar mi propia forma de ser, no crean). Sin embargo, presento esta reflexión, pues trabajar sin orden puede ser el factor más costos para una empresa. Así que he aquí, humildemente, una reflexión-propósito para el nuevo año: hagamos un seguimiento al desempeño humano, identifiquemos espacios para la innovación y hagamos “lo que toque hacer” para que estos espacios sean tan sagrados y tengan tanta importancia dentro de nuestro ciclo productivo como los esquemas que actualmente dan dinero. Es la única forma de garantizar que este dinero siga fluyendo en el futuro.