¿Realmente el plástico tiene la culpa de la contaminación ambiental?
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Una industria joven
El mundo de los materiales plásticos es muy joven y aun así ha logrado aportar valiosas soluciones a muchas de las necesidades más apremiantes de la humanidad, siendo utilizado ampliamente en aplicaciones de la industria médica, farmacéutica, alimenticia, automotriz, agrícola, deportiva, manufacturera, entre otras. Esto ha sido posible gracias a las propiedades que ofrecen las resinas plásticas y a su facilidad de procesamiento. Un artículo plástico puede ser a la vez resistente, liviano, flexible, reusable y reciclable.
Asimismo, se ha desarrollado toda una industria alrededor del plástico que incluye a productores de las resinas, fabricantes de maquinaria para el procesamiento de plásticos, diseñadores de productos y herramentales, operadores logísticos, comercializadores de productos y empresas dedicadas al reciclaje.
Es bien sabido que, por su composición química, los artículos plásticos tardan mucho tiempo en degradarse. Si a esto se le suma la falta de conciencia ambiental, evidenciada en la mala disposición de los residuos, se llega a la situación que actualmente está generando tanta polarización a nivel mundial: la satanización del plástico como consecuencia de la acumulación de residuos y su impacto ambiental en muchos ecosistemas.
El verdadero problema
Es muy fácil criticar la industria del plástico cuando aparece la imagen de algún animal marino enredado en una bolsa o cuando se muestran fotografías aéreas del “séptimo continente”, esa isla flotante de 3,5 millones de toneladas de residuos plásticos que navega por el Océano Pacífico. Ante estas deplorables situaciones, la conclusión “lógica” a la que han llegado muchas personas y gobiernos es que “el plástico es malo y hay que prohibirlo”. De hecho, en muchas ciudades ya se ha comenzado a prohibir el plástico de un solo uso.
Indudablemente estamos ante una crisis y es lógico que surjan todo tipo de iniciativas bienintencionadas, aunque desarticuladas, pues no tienen en cuenta a todos los actores de la cadena de valor del plástico: fabricantes, comercializadores, consumidores y recicladores. En estos casos, lo primero que se debe hacer es identificar las verdaderas causas del problema antes de implementar cualquier solución. En ese sentido, la pregunta que se debe formular es: ¿Por qué están todos esos desechos plásticos ahí, cuando existe todo un sistema de separación, recolección y disposición de residuos?
De entrada, no parece que la causa del problema fuera el plástico en sí, porque de otra manera no se explicaría cómo se ha implementado con éxito en muchas aplicaciones, precisamente con el objetivo de reducir la contaminación, por ejemplo, en la sustitución de muchas piezas metálicas de automóviles y aviones por partes plásticas para minimizar el peso y, por ende, reducir el consumo de combustible y generar menos emisiones.
Por otro lado, también habría que analizar cómo se verían modificados nuestros hábitos si se prohibiera el uso del plástico en muchísimas aplicaciones que hacen parte de nuestra vida cotidiana, pues si muchos de los productos que consumimos actualmente utilizan plástico o son de plástico, es porque todavía no ha surgido otro material mejor que lo sustituya. ¿De verdad quisiéramos regresar a la época en que el lechero llevaba la leche todos los días temprano a la casa en botellas de vidrio? ¿Nos gustaría que nos pusieran inyecciones con jeringas metálicas reutilizables?¿Nos arriesgaríamos a tomar agua de la llave en lugares poco higiénicos o preferiríamos una botella de agua?
La legislación vigente
Una medida que se ha implementado en varios países ha sido el impuesto al uso de bolsas plásticas en los supermercados, lo que ha reducido drásticamente la utilización de este material de empaque. Si lo que se buscaba era desincentivar el uso del plástico “porque es malo y está acabando con el planeta”, se logró el objetivo, afectando de paso a muchas empresas del sector y destruyendo muchos empleos.
Este impuesto también tiene consecuencias ambientales, pues las bolsas de tela que sustituyeron a las de plástico acumulan gran cantidad de bacterias y se deben lavar periódicamente, con el correspondiente consumo de agua y detergentes. Por su parte, las bolsas de papel promueven la tala de bosques y la creación de monocultivos; además, su proceso de fabricación consume enormes cantidades de agua y cuando el papel se descompone libera gases de efecto invernadero.
Como si fuera poco, también se han venido aplicando disposiciones en el marco de la responsabilidad extendida del productor, en las que los fabricantes de envases y empaques son responsables de la correcta disposición de sus productos después de que el consumidor los haya desechado. En términos generales, la norma obliga a los productores a formular, implementar y mantener actualizado un plan de gestión ambiental de residuos de envases y empaques que debe presentarse ante la correspondiente autoridad ambiental. Además, los productores tienen que reincorporar en el ciclo productivo un porcentaje mínimo de estos residuos con respecto a la cantidad total en peso de los envases y empaques que hayan puesto en el mercado. ¿Cómo garantizar que haya suficiente oferta local de material reciclado de buena calidad para que los fabricantes puedan cumplir esta norma y no lo tengan que importar?
El consumidor tiene la palabra
Con medidas como las anteriores, pareciera que toda la culpa de la mala disposición de los residuos fuera del productor. ¿Y dónde queda la responsabilidad del consumidor? ¿Será que el Código de Policía y los manuales de convivencia ciudadana son suficientes para sancionar a todas aquellas personas que no cuiden el medio ambiente? En manos del consumidor está la posibilidad de no usar productos de plástico si no los requiere; también está en su poder alargar la vida útil de los artículos si los reutiliza y, por supuesto, depende de él la correcta separación de los residuos para facilitar su reciclaje.
Para enfrentar el problema, desde la industria han ido surgiendo muchas iniciativas interesantes que buscan mitigar el impacto de los residuos plásticos mal dispuestos por los consumidores, implementando desde el proceso de diseño el estudio de ciclo de vida de los productos e incorporando los principios de la Economía Circular. También, la ciencia de los materiales ha logrado sintetizar resinas plásticas biodegradables a partir de materias primas vegetales.
Pero al final, el impacto de todos estos avances es mínimo si no cambia la cultura de las personas, pues lo que verdaderamente está causando tanta contaminación es la mala actitud frente al buen manejo y la disposición final de los residuos. La sociedad espera soluciones, pero olvida que muchas de ellas están en sus propias manos.
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